Observatorio de movimientos sociales y acciones colectivas

Formación, estructura y organización de la comunidad armada rebelde: la constitución del neozapatismo en las Cañadas Tojolabales (1988-1996) – Marco Estrada Saavedra

Posted in Documentos para la discusión by ObservatorioMovimientos on 27 octubre, 2008

Formación, estructura y organización de la comunidad armada rebelde:

la constitución del neozapatismo en las Cañadas Tojolabales (1988-1996)[1]

Marco Estrada Saavedra[2]

A  Juan Pedro Viqueira, con gratitud.

Introducción

“… pues a veces hay que utilizar la mentira para recuperar la dignidad perdida.”

Juan Marsé

A pesar de que hoy día contamos con tres excelentes trabajos sobre el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) en las áreas histórica, sociológica y periodística (Tello Díaz, 2000; Legorreta Díaz:1999, y De la Grange y Rico, 1998), sin embargo sabemos poco sobre las estructuras y procesos sociales de las comunidades campesinas que han apoyado a la guerrilla y, también, carecemos de estudios comparativos de los orígenes y desarrollos del zapatismo en las diferentes regiones de Chiapas. Es obvia la dificultad que tenemos para estudiar al movimiento zapatista: nuestro “objeto” de investigación es nada menos que una guerrilla clandestina activa, que muestra poco interés en ser conocida. Mientras que el conflicto chiapaneco no sea resuelto, nuestro conocimiento sobre el zapatismo será fragmentario. El presente trabajo es una contribución para llenar algunas lagunas al respecto y comprender mejor a las comunidades campesinas tojolabales que cooperan con el EZLN.[3]

En este artículo abordo la configuración de la comunidad armada rebelde entre los tojolabales en los años 1988 a 1996 (véase mapas 1 y 2 al final del artículo). En (I) me ocupo de la crisis de las organizaciones campesinas que habían surgido en los años setenta como un vehículo de la “liberación” de los campesinos tojolabales. Como lo expongo en (II), tal crisis no es otra cosa que el preludio que anunciaría la presencia y el crecimiento de la guerrilla zapatista en la región de las cañadas margaritenses gracias al trabajo paciente de infiltración y penetración de las uniones ejidales y de las comunidades campesinas tojolabales. Con ello, el EZLN se haría de una impresionante “base social” con experiencias comunes de organización y conflicto y una identidad social compartida, que asumiría y apoyaría su proyecto revolucionario como una nueva vía para alcanzar su anhelo de “autonomía”. Por último, en (III) analizo la constitución, estructura y procesos sociales de la comunidad armada rebelde. Para concluir, doy cuenta de la conformación de la identidad zapatista y el sentido de la resistencia de los rebeldes.

I. El desencanto de la vía política: la crisis de las organizaciones campesinas

“Un lugar como ése al que vamos es mejor no buscarlo”

Ignacio Solares

En las Cañadas Tojolabales, la participación y movilización comunitarias mediante las organizaciones campesinas arrojarían, en los últimos años de la década de los ochenta, un saldo ambiguo: por un lado, se habían creado, desde principios de los años setenta, fuertes redes de solidaridad y cooperación intercomunitarias en el marco de proyectos agropecuarios colectivos conducidos por las organizaciones campesinas. De esta manera, se constituían, paralelamente, una serie de actores colectivos que apostaban por definir su vida social de manera autónoma. Asumiendo la iniciativa para enfrentar sus problemas sociales, agrícolas y económicos, estos actores diversificaron sus relaciones con los gobiernos municipal, estatal y federal y ganaron en experiencia de negociación y conflicto, así como de organización interna. El proceso de organización intercomunitario e interregional desencadenó una dinámica de motivaciones y expectativas sociales que se confirmaban en la vida diaria en los logros visibles en las comunidades: adquisición de transportes colectivos, construcción de caminos, clínicas y escuelas rurales, mejoras en las condiciones de producción y comercialización del café y el ganado. Todo lo anterior era resultado de la politización y organización de los habitantes de las cañadas. Si bien su situación colectiva era de subordinación social y política, no obstante habían modificado con éxito la “correlación de fuerzas” con el gobierno y grupos locales de poder –sin que esto se tradujera todavía en un cambio institucional democrático del sistema político–. Todo ello redundaba en la generación de más confianza en sí mismo y en la esperanza nada utópica de seguir mejorando sus niveles de vida conservando su autonomía frente al corporativismo inducido gubernamentalmente. La “comunidad republicana de masas” parecía haber hecho por fin realidad la buena nueva de la Palabra de Dios.[4]

Por el otro lado, a la mitad de la década de los años ochenta del siglo pasado, los anhelos campesinos de lograr su “liberación” a través de la autoorganización, mejorando así sus condiciones de vida, chocaron con la dureza de la realidad. En efecto, el entorno económico nacional e internacional no era el más halagüeño para empresas sociales abocadas a la producción y comercialización del café y el ganado como las animadas por la Unión Ejidos de la Selva, Tierra y Libertad, Lucha Campesina o la Central Independiente de Obreros Agrícolas y Campesinos (CIOAC). En un contexto de crisis económica nacional y de caída del precio del café en el mercado internacional, la infraestructura gubernamental que brindaba apoyo al campo abandonó su función promotora de tales empresas sociales a causa del desmantelamiento paulatino del Estado bienetarista, por lo que el radio de maniobra de las organizaciones campesinas se estrechó dramáticamente. Asimismo, el sistema político chiapaneco se caracterizaría por una falta de mediaciones funcionales que brindaran la oportunidad de reconocer a la oposición organizada y negociar, en términos de inclusión, sus demandas políticas, sociales y económicas abriéndoles foros de participación, discusión y decisión.[5]

Bajo estas condiciones, los campesinos miembros de las uniones ejidales empezaron a sopesar la utilidad de las organizaciones campesinas como instrumentos para alcanzar sus demandas agrarias y políticas. En un entorno económico y político adverso, observaron con un ojo más severo los problemas internos a las organizaciones campesinas y las dificultades y costos que implicaba su cooperación con ellas. Paradójicamente, los éxitos de las organizaciones campesinas resultaron, a la larga, en causas de su propia debilidad. En efecto, sus logros, si bien significativos desde la perspectiva de los campesinos involucrados, tenían efectos y consecuencias más bien locales. Tanto ellos como sus adversarios gubernamentales carecían del poder de influir en las políticas nacionales agropecuarias y, mucho menos, en los mercados internacionales. Los campesinos imputaron dicha impotencia a la nula voluntad política de los gobiernos y a un supuesto doble juego de los asesores y las organizaciones campesinas. Pero la frustración contenida de los campesinos en relación a los resultados de las uniones ejidales sólo se desencadenaría como rechazo a las organizaciones campesinas “civiles” mediante la infiltración y el trabajo ideológico del EZLN entre las comunidades, los catequistas y los líderes de las organizaciones. En otras palabras, antes de la labor propagandística zapatista, los campesinos no tenían más opciones viables que cooperar con las organizaciones campesinas; por tanto, sólo cuando reciben la “oferta” de la “vía armada” para resolver, de una vez y para siempre, sus añejos problemas, fue que su frustración se desencadenó y manifestó en repudio hacia las organizaciones campesinas y los métodos legales de lucha. “La Unión [de Ejidos de la Selva] nada más se ocupa de la producción [del café], pero cuando surgen los problemas [mayores], éstos se resuelven [sólo] con la autoridad [municipal]. [En realidad], la organización está manejada por el gobierno, no es independiente. El gobierno tiene el control [sobre ella] y compra a la gente [es decir, a delegados y asesores de la organización]. Nuestra vida no cambió en nada [participando en la Unión], no hubo beneficio para la comunidad, no hubo salud ni escuela” (entrevista colectiva en LA VIDA, 27/I/2004).[6] Los campesinos tenían cuentas pendientes por saldar, y los guerrilleros no sólo les dieron las armas para hacerlo sino, sobre todo, una nueva visión del mundo que debería culminar, tras el triunfo de la revolución, en una “república socialista”[7] en donde no hubiera “ricos ni pobres”, como entenderían los tojolabales.

II. El contacto entre el EZLN y las organizaciones y comunidades tojolabales

“Usted tiene la estúpida idea de que si viene la anarquía la traerán los pobres. ¿Por qué debería ser así? Los pobres han sido rebeldes, pero nunca anarquistas. Ellos tienen más interés que nadie en un gobierno decente. El hombre pobre tiene un interés específico en el país, el rico no lo tiene, el puede ir a Nueva Guinea en un yate. El pobre ha objetado a veces que se le gobierne mal, el rico siempre ha objetado que se le gobierne.”

G.K. Chesterton

a) El reclutamiento de los líderes campesinos y la penetración zapatista de las comunidades tojolabales

La incorporación de los indígenas al proyecto del EZLN se dio, en un principio, de manera individual. En efecto, los guerrilleros contactaron y reclutaron al inicio sólo a líderes campesinos que gozaban de autoridad e influencia en sus comunidades y organizaciones campesinas porque tenían cierta tradición exitosa de lucha por la tierra. Eran, pues, los actores más conscientes políticamente en sus comunidades, por lo que podían ser más receptivos a las ideas de la izquierda revolucionaria. Así, pues, ganarlos para la causa prometía poder “tomar las comunidades” con mayor facilidad para sumarlas al movimiento político-militar.

Los líderes campesinos negocian, entonces, su involucramiento con el EZLN accediendo, de pronta manera, a posiciones de mando y autoridad en los ámbitos civiles y militares de la “organización”. Por supuesto, el proceso es clandestino y se lleva con sigilo en sus primeras etapas por conveniencia mutua de los líderes y los guerrilleros. En efecto, a partir de entonces los nuevos zapatistas tienen una “militancia doble”, una pública y otra clandestina, lo cual les permite un margen de maniobra significativo en términos personales y, también, en beneficio de la guerrilla. En cuanto a lo personal, los líderes afianzan posiciones de autoridad, influencia y poder en ambas organizaciones, que les permiten negociar su “posición” dentro de la estructura zapatista con la conciencia de ser ellos los “intermediarios” entre ambas organizaciones y entre sus comunidades (las futuras “bases de apoyo”) y la guerrilla. Con lo que respecta a lo organizacional, la guerrilla se ve beneficiada por esa “doble militancia”, porque los líderes ponen a su disposición recursos humanos, económicos y materiales que drenan de las organizaciones campesinas.

Después de hacerse de los líderes campesinos infiltrando sus organizaciones campesinas, el siguiente paso en la estrategia de la guerrilla consistía en la penetración de las comunidades, las denominadas “tomas de las comunidades” en las que se buscaba, al unísono, generar simpatía por el proyecto zapatista y reclutar milicianos. Lo anterior implicaba la formación previa de “cuadros políticos” preparados ideológica y retóricamente, así como con conocimiento de las particularidades sociales de la región, para “convencer a las comunidades de la lucha”. En las “tomas de las comunidades”, “llegaba una comisión de compañeros a la comunidad y [organizaban] pláticas [con los pobladores]. [En la comisión] iban insurgentes y militares que se encargaban de explicar la parte política y militar [del proyecto zapatista]; iban [también] los servicios de salud que se encargaban de darles pláticas de reproducción a las mujeres y ofrecían servicios dentales o de consulta general con medicamentos [gratuitos]. Muchos vigilaban a la entrada de los caminos [a la comunidad para evitar ser vistos por fuereños, por ejemplo rancheros comerciantes]. Se hacía, pues, una campaña de concientización para politizar a la comunidad y, cuando ésta estaba reunida, se decía: ‘bueno, compañeros, quién quiere sumarse de manera voluntaria en las filas del EZ’, y, [aunque] no era una obligación de la comunidad, no faltaba quien daba el paso y se sumaba. Entonces los compas [insurgentes] decían ‘bueno, pues los esperamos. Vayan por sus cosas’, y ya salían de la comunidad con cinco o seis candidatos a insurgentes” (entrevista con Pedro, ex insurgente, 10/V/2004).

Cualquiera, hombre o mujer, podía ofrecerse como voluntario para integrarse a la milicia zapatista a condición de soportar las incomodidades físicas, el entrenamiento y la disciplina castrenses. Por supuesto, los candidatos a participar en el EZLN eran, en gran medida, personas jóvenes por razones de distinto orden: militar, económico, político y organizacional. Militarmente, la guerrilla sólo aceptaba hombres y mujeres físicamente fuertes y sanos, capaces de soportar la agotadora disciplina marcial en condiciones de vida extrema. En términos económicos, los voluntarios varones estaba “libres de compromiso”, es decir, al no ser los responsables del trabajo agrícola doméstico su partida a la “montaña” implicaba, en el peor de los casos, la pérdida de fuerza de trabajo para sus familias. Además, también estaban conscientes de la insuficiencia de tierras laborables en su comunidad para la suya y las próximas generaciones, por lo que la promesa ezetaelenista de ganar y repartir tierras tras la victoria revolucionaria ofrecía cierta esperanza ante un presente y un futuro económicos poco halagüeños. En cuanto a lo político, los jóvenes tenían conciencia de la necesidad de un cambio profundo de las condiciones de vida de su comunidad, pues percibían que los esfuerzos de la Palabra de Dios y las uniones ejidales arrojaban resultados magros; por eso, encontraron atractivo el discurso radical de la guerrilla que prometía transformaciones de manera contundente. A lo anterior hay que agregar el espíritu de aventura que animaba a los reclutas, es decir, por un lado romper con la sujeción de la autoridad paterna y, por el otro, ampliar el horizonte de experiencias personales a través de la clandestinidad revolucionaria. Con lo que respecta a las razones organizacionales, el éxito o no de la estrategia del EZLN para implantarse con seguridad en la región y consolidar una base social significativamente amplia dependía, de manera decisiva, de su capacidad de transformar a su favor la estructura social comunitaria de tal suerte que ésta se volviese una auténtica “comunidad armada rebelde”. La recepción de jóvenes en las filas de la guerrilla zapatista y, posteriormente, su colocación en posiciones sociales de mando y autoridad tanto al interior de la ‘organización’ como en las comunidades, permitiría sustituir, a la larga, a las diferentes autoridades y a los líderes locales y de las organizaciones campesinas con actores identificados con el zapatismo y, con ello, introducir cambios en la vida comunitaria, así como en sus orientaciones de acción colectiva. De esta manera, en tanto que su prestigio personal y su autoridad social (incluyendo los beneficios particulares que su estatus les producía) dependían de la “organización”, la lealtad de los nuevos zapatistas estaría puesta en la guerrilla, y no en la Iglesia o las uniones ejidales.

En resumen, la empresa zapatista implicaría, a la larga, un socavamiento de los pilares de las organizaciones campesinas: coopta a sus líderes y convierte a las comunidades en “bases de apoyo”. Con ello, las organizaciones campesinas perderían, en mayor o menor grado, su autonomía y, en ocasiones, hasta el sentido de sus orientaciones de lucha, pues quedaría subordinas al zapatismo que instrumentalizaría su vida interna en favor de sus estrategias y objetivos.

b) La infiltración guerrillera de las organizaciones campesinas

En comparación con experiencias guerrilleras rurales y urbanas de los años sesenta y setenta en el país (vid. Bellingeri, 2003), el asombroso éxito del zapatismo consistió en la construcción de una amplia base social que sostenía su proyecto político-militar. Mediante la infiltración de las organizaciones campesinas y la incorporación de sus bases sociales, el EZLN había logrado, en menos de diez años, “implantarse” e incrementar su influencia en toda la Selva Lacandona y en partes de Los Altos y el Norte de Chiapas. En este sentido, los orígenes del EZLN son heterogéneos, por lo que más valdría analizarlo como una “amalgama” de organizaciones campesinas, con un núcleo guerrillero formado por las Fuerzas de Libración Nacional, que como un movimiento homogéneo con una historia e identidad comunes luchando por un proyecto común.[8]

Ahora bien, las relaciones entre el EZLN[9] y las organizaciones campesinas de la región tojolabal han sido ambiguas y complejas debido a la historia particular de cada una de ellas, así como a la lealtad de los líderes y “bases” a sus organizaciones correspondientes. Para comprender esas diferentes modalidades de relación es fundamental considerar, además, el momento en que el contacto entre ambas se entabla: si en los inicios de la aventura insurgente en la Selva Lacandona, entre 1983-1987, cuando el núcleo guerrillero era minúsculo y carecía de oportunidad y medios para subordinar a las organizaciones campesinas a su proyecto, o cuando el movimiento zapatista se había extendido a tal grado, entre 1988-1993, que podía desafiar con mayor éxito a los diferentes actores y organizaciones campesinas en la zona en disputa. Así, pues, las “figuraciones de poder” que se fraguaban en este proceso se fueron modificando a lo largo de una década de acuerdo a los grados de independencia o subordinación en el que se encontraba cada una de las partes involucradas en las mismas. En este aparatado deseo reflejar la complejidad del proceso en cuestión dando cuenta de los tipos distintos de relación entre las partes involucradas.

En términos generales, al EZLN no le interesaba conformar relaciones paritarias, pues estaban convencidas de la superioridad de su proyecto y la exclusividad de la vía para implementarlo. Así, las organizaciones campesinas debían incorporarse, de manera subordinada, al grupo guerrillero. Por su parte, la relación que los campesinos politizados pretendían mantener con el EZLN no era menos estratégica, pues buscaban avanzar su propio “proyecto de autonomía” echando mano de la guerrilla como un instrumento más de su “liberación” para “poner en jaque al gobierno y a los finqueros y rancheros” (entrevista con Pedro, 10/V/2004).

Por ejemplo, en el momento de mayor dependencia del EZLN frente a la organización campesina, el estratagema de los líderes de la Asociación Rural de Interés Colectivo-Unión de Uniones (ARIC) parecía prometer buenos resultados marchando al unísono los “cuatro caminos”;[10] en cambio, cuando la organización fue “refuncionalizada” por el EZLN, la guerrilla tuvo la oportunidad de redefinir las orientaciones y prácticas colectivas de la organización y sus “bases” logrando someterlos e imponerles su proyecto, lo que más tarde implicaría una profunda división entre los líderes, asesores y las bases sociales de la ARIC.[11]

En otros casos, como el de la Unión Ejidos de la Selva o Lucha Campesina, el encuentro entre éstas y el EZLN fue ríspido y conflictivo, porque los intereses y proyectos, según el juicio de los líderes campesinos, eran por demás divergentes. Debido a ello, hubo un rechazo de las élites campesinas a abrazar la propuesta guerrillera, lo cual provocó el embate zapatista para ganar sus “bases” mediante el trabajo directo y clandestino con las comunidades integrantes a estas uniones ejidales –muchas veces por medio de amenazas y coacciones–. El resultado fue una gran desbandada de gran parte de las comunidades que debilitó críticamente a las organizaciones campesinas.

En el caso de la CIOAC, la relación con los zapatistas no se dio sino hasta el levantamiento armado de 1994. Tanto los líderes como las bases de la organización campesina optaron por cooperar, como “base de apoyo”, con el EZLN, aprovechando el contexto político de descontento y desconcierto generalizado que permitía beneficiarse con rapidez de los programas gubernamentales tendientes a paliar y desactivar las causas más inmediatas del conflicto a través de la entrega de tierras y recursos para programas agrícolas y sociales.[12]

Otras organizaciones campesinas, como la Organización Campesina Emiliano Zapata (OCEZ), cuya presencia y fuerzas en la zona tojolabal era menor que la de las organizaciones campesinas formadas en la década de los setenta, se adscribieron a la empresa zapatista unos años antes de desatarse la rebelión armada. Primero algunos de sus líderes se sumaron al zapatismo a título personal y, después, sus bases se incorporaron al movimiento. A diferencia de la CIOAC, la OCEZ desapareció prácticamente como organización campesina independiente al verse subordinada totalmente al EZLN.

c) Motivaciones para participar en el proyecto del EZLN

Ya hemos apuntado como causas principales de la opción de los tojolabales por el EZLN el descontento con sus uniones ejidales en un contexto de crisis económica y de incapacidad del sistema político de procesar, de manera institucional a través del reconocimiento de los adversarios, la protesta política.

Ahora podemos agregar otra dimensión de las motivaciones de los campesinos para incorporarse al EZLN, a saber: la manera en que interpretaron el proyecto revolucionario de la guerrilla en base a la información ofrecida por ésta del significado y las consecuencias de la lucha armada. En este contexto, la propuesta política del EZLN empezó a tornarse atractiva para los indígenas que escuchaban en su discurso ecos de sus propias demandas e intereses. “[La visión política del EZLN] me comenzó a convencer más que nada porque todo coincidía con la realidad que yo vivía. ¿Por qué? Bueno, porque me decían, ‘miren compañeros, en su comunidad no hay ni carretera; no pudieron estudiar por falta de camino, por falta de billetes; no tienen ni forma de sacar su producción, y por esa razón no pueden llegar a más’. Y es que tenían razón, todo te [lo]  pintaban como era la realidad, te decían ‘en las comunidades no hay agua potable’, y yo sabía que no; [agregaban]: ‘en las comunidades no hay servicios’, y yo sabía que no. Estaba jodidísima la gente, nadie te visitaba. Entonces, todos los argumentos que usaban para convencerte eran cosas que las habían sacado de la misma realidad de las comunidades, por eso sí te llegaba todo [su mensaje] en el corazón. Así, tú veías que sí es justa [su lucha], porque no es justo que la gente esté jodida y esté trabaje y trabaje. Y eso es lo que ayudó mucho pa’ que yo también me quedara [en la ‘organización’]. [De plano], otra vía estaba descartada, porque si tú querías cambiar esta situación [por las] vías legales, pues no era lo más viable. Entonces lo único que quedaba pues era mediante las armas, porque mediante elecciones nunca vamos a poder hacer nada… [Nosotros los insurgentes] les decíamos [a las comunidades] que si llegábamos a ganar, íbamos a instaurar el régimen socialista; donde iba a haber un gobierno del pueblo; donde no iba a haber explotados ni explotadores, donde los medios de producción, la fábrica, sean para el pueblo; donde la tierra no sea de latifundistas [sino] que sea para el bien del pueblo; donde la gente pudiera tener acceso a hospitales mejores; donde pudiera tener clínicas en sus regiones; y donde pudiera tener buena educación. Todo eso eran los compromisos [del EZLN con las comunidades que los apoyaran]” (entrevista con Rafael, ex insurgente, 7/VIII/2003).

Por supuesto, palabras como “socialismo”, “explotación”, “medios de producción” y otras más tenían una resonancia y una recepción diferente entre los campesinos que las que tenían en mientes los ideólogos zapatistas. En las comunidades “[se creía] que íbamos a estar más felices cuando ganáramos porque estaríamos como los ricos: con su sala, su mosaico, su cuarto, su cama, su refrigerador, sus muebles, su televisión. Así también nosotros tendríamos tantas cosas. Por eso, muchos decían ‘yo sí quiero estar así y por eso le entro a la lucha para tener mi ganancia’” (entrevista con Gerardo Arriaga, dirigente de la Unión de Ejidos de la Selva, 9/VIII/2003).

Con medios propagandísticos que ocultaban los costos de la guerra revolucionaria, los guerrilleros ofrecían a los campesinos un “escenario” de lucha revolucionaria simplificado que facilitara su asentimiento para apoyarlos. Por eso, “desde la óptica militar se planteaban batallas exitosas”. Según fuera avanzando el EZLN en su campaña militar a lo largo del territorio nacional tomado, primero, “las cabeceras municipales”, después, la “capital del estado” y, por último, la “del país” con una “entrada triunfante casi al estilo Santa Clara como el Che Guevara”, se proponía “la instauración y la vigilancia del EZ de gobiernos autónomos”, la solución de la cuestión agraria “a través del [reconocimiento de] la propiedad de tierras que se defenderían incluso de manera armada”, así como ofrecer “servicios de salud y entrar en la dinámica del desarrollo de las comunidades desde ellas mismas, apelando a la autonomía con recursos y derechos del Estado” (entrevista con Pedro, 10/V/2004).

La propuesta guerrillera partía del supuesto de que los “problemas locales” sólo tendrían solución a “nivel regional” y “nacional” por medio de la “vía armada”. Esta sería “la única manera de tener capacidad de poner en jaque al gobierno y de tener mayor capacidad de lucha en más partes [del país]”. Por eso, sólo con el EZLN se podían “obtener beneficios reales”. El EZLN ofrecía, además, la posibilidad de satisfacer el deseo de “saldar cuentas con los gobiernos locales y regionales, con los cacique locales [rancheros y finqueros]”. Los hombres y mujeres que dejaban sus comunidades para incorporarse a la guerrilla “sentían que era su contribución a una causa que, al final de cuentas, [podía] remediar todos los rezagos y los males de sus pueblos. De alguna manera las comunidades indígenas y campesinas, al final de cuentas, siempre han esperado el gran momento de ponerle la bota a la burocracia, a la oligarquía gobernante en este caso en Chiapas; incluso si le preguntas a los 10 millones de indígenas si quisieran saldar esa deuda histórica de poner a los caxlanes a trabajar, en el fondo sueñan eso” (ibid.).

Las motivaciones para colaborar con el EZLN se vieron reforzadas por la formas de sociabilidad que habían forjado las comunidades tojolabales a lo largo de cuarenta años de existencia en la selva. En efecto, la estructura del orden social comunitario y las prácticas de participación y decisión colectivas expresadas en las asambleas comunitaria y organizacional facilitaban la toma de acuerdos y el compromiso para cumplirlo. Una vez infiltradas y refuncionalizadas ambas instancias sociales de deliberación y decisión por parte de los zapatistas a través de los líderes locales y regionales, se podía inducir a los miembros de las comunidades –predispuestos de antemano por compartir una serie de “creencias generalizadas” (Smelser) sobre las causas, consecuencias y responsables de sus males–, a apropiarse de las visión zapatista y aceptar su oferta de lucha. Ya que las asambleas comunitarias daban su voto de confianza y cooperación con el EZLN, la comunidad en su conjunto quedaba vinculada por un “acuerdo” resultado de una conjunción de consenso y desinformación propagandística. Así, pues, ¿cómo podían desconfiar los mismos miembros de la comunidad de la seriedad y viabilidad del proyecto zapatista si sus dirigentes y líderes “naturales”, cuya autoridad estaba respaldada además por la “Palabra de Dios” y su experiencia de lucha agraria, eran los promotores entusiastas de esta nueva estrategia de lucha por la autonomía? Además, ¿no eran apetecibles todas las ganancias materiales y simbólicas con las que se recompensarían a los campesinos tras el triunfo de la revolución, la cual estaría siendo preparada a nivel nacional por una fuerza insurgente desarrollándose en varios puntos de la república? Y si las buenas razones no alcanzaban a convencer a los escépticos, el voto mayoritario de la asamblea los obligaría a través de amenazas y sanciones a adoptar el zapatismo. En efecto, “algunos entraron a la lucha [zapatista] porque fueron amenazados de que si no participaban, los iban a sacar de la comunidad y le iban a dar a otras familias sus casas y tierras y quitar todo. Con tal de no dejar tu casa, pues dices ‘órale, le entro’” (entrevista con Gerardo Arriaga, 9/VIII/2003).

III. La constitución de la comunidad armada rebelde

“Crece ahí el árbol de la Suposición Correcta

con sus ramas eternamente desenredadas…

Cuanto más denso se hace el bosque, más amplio parece  el Valle de la Evidencia.”

Wislawa Szymborska

La comunidad armada rebelde reconfiguró la vida de los habitantes de las Cañadas Tojolabales a partir del núcleo ejidal, refuncionalizando las experiencias colectivas de organización de la civitas christi y la comunidad republicana de masas de acuerdo a las necesidades y exigencias del proyecto revolucionario del EZLN. De hecho, éste aprovechó la infraestructura de las redes de comunicación, intercambio y solidaridad intercomunitarias tejidas desde la colonización de la selva con lo cual se hizo de una base social que compartía una identidad social común y experiencias colectivas de conflicto y organización. Con ello, la estructura social comunitaria entró en un nuevo proceso de diferenciación interna: a las estructuras de autoridad existentes (catequistas y comisariado ejidal, que incluía a los representantes y delegados de las organizaciones campesinas), se agregó una nueva forma de autoridad: la zapatista. Cada una de estas autoridades asume funciones distintas y especializadas, aunque de manera coordinada. Esta estructura básica en el nivel comunitario se desdobla en el ámbito (inter)regional. De esta manera, las diferentes regiones de la selva se hayan vinculadas con las de Los Altos y el Norte donde hay una significativa presencia zapatista.

a) El “responsable”: el vínculo entre las comunidades y el EZLN

Con fines analíticos, podemos distinguir el movimiento zapatista en dos sistemas sociales: el EZLN y las comunidades armadas rebeldes. Esta diferenciación nos permite describir, en su conjunto, la estructura y funciones organizativas del zapatismo. Por un lado, tenemos al EZLN conformado, jerárquicamente de arriba hacia abajo, por el Estado Mayor, el Comité Clandestino Revolucionario Indígena (CCRI), la Comandancia, los oficiales, las tropas insurgentes y los milicianos. Por el otro, se haya el conjunto de comunidades armadas rebeldes organizadas como “bases de apoyo” con sus diferentes grupos internos: las promociones de educación y salud y los diferentes colectivos.[13]

Ahora bien, como sabemos, la estructura social básica de las comunidades tojolabales se organiza alrededor del ejido. En la comunidad armada rebelde la situación no es otra. El neozapatismo ha mantenido dicha estructura y su sistema ejidal de autoridad y de formación de consensos (el “acuerdo de la asamblea”), de tal suerte que crea una división social del trabajo entre la guerrilla ezetaelenita y las comunidades campesinas, que permite una diferenciación de espacios de decisión y actividad civiles y militares más o menos autónomos. De esta manera, la comunidad ejidal mantiene idealmente cierta “jurisdicción soberana” para definir los asuntos que sólo a ella le incumben y para resolver los problemas domésticos del “pueblo”, como se había acostumbrado antes del arribo del EZLN. División social del trabajo implica diferenciación funcional de subsistemas, pero no desvinculación. En otras palabras, el compromiso adoptado por las comunidades tojolabales de apoyar la “lucha” del EZLN supone redefinir las orientaciones ejidales y comunitarias de tal manera que sean compatibles con y, en caso necesario, se subordinen a las del proyecto de la guerrilla. Debido a ello, las comunidades podrían ser analizadas y observadas, a la vez, como comunidades ejidales y “bases de apoyo”. Desde la primera perspectiva, gozan de cierta autonomía frente al EZLN, desde la segunda se hallan sujetas a éste. Las comunidades armadas rebeldes estarían, pues, sometidas a la jurisdicción del EZLN sólo en cuanto “bases de apoyo”, y no más. Idealmente, se supone que la legitimidad y autorización de todas las acciones del EZLN vendrían, según la lógica del “mandar obedeciendo”, de las comunidades armadas rebeldes que deben expresar primero “su palabra” para consentir cualquier acción y discurso en su nombre. En otras palabras, el flujo de poder del movimiento zapatista se formaría “desde abajo” para irrigar, ascendiendo, los niveles superiores jerárquicos hasta llegar a la Comandancia y al CCRI.

Estatalmente inducidas mediante políticas agraristas, las estructuras sociales y ejidatarias de la comunidad han sido apropiadas por el EZLN con el fin de convertir a las comunidades campesinas en comunidades armadas rebeldes. Una vez acaecida “la toma de las comunidades”, la estructura comunitaria de autoridad permitió crear un mecanismo de transmisión de las directrices militares dentro de las comunidades, de tal manera que resultase casi natural la identidad, voluntad e intereses de las comunidades, ahora bases de apoyo, y el Ejército Zapatista, creando la impresión entre los campesinos de que aún conservaban la autonomía, su “forma de gobierno”, que sólo hasta hace unos pocos años habían adquirido. Desde la perspectiva de la guerrilla, las comunidades “tomadas” adquirían el estatus de “pueblos controlados”, porque “todos sus habitantes se hallaban integrados al EZ en distintos niveles” (Ímaz, 2004, 135).

El trastrocamiento de la autonomía de las soberanías jurisdiccionales se genera con la intervención directa del EZLN en la vida comunitaria. Tal situación se da allí cuando los miembros de la comunidad son “cien por ciento zapatistas”, por lo que “el comisariado ejidal se supedita al ‘responsable’, es decir, que cualquier decisión que vaya a tomar como comisariado ejidal tiene que consultarla con el ‘responsable’” (entrevista con Pedro, 10/V/2004).[14]

¿Quién es el “responsable” y qué funciones cumple en las comunidades rebeldes? Más arriba distinguimos como sistemas sociales entre el EZLN y las comunidades armadas rebeldes. Ahora es necesario indicar cómo se vinculan entre sí, a saber: por los “responsables” de la comunidad y de la región. En efecto, a mediados de los años ochenta, dos actores colectivos con distintas historias a sus espaldas, el EZLN y las comunidades tojolabales, entran en contacto con gran sigilo para, más tarde, establecer relaciones sólidas que exigían formas de comunicación y cooperación más estables y funcionales para el proyecto insurgente. Debido a la creciente incorporación ya no de individuos sino de comunidades enteras al zapatismo, se configuró una estructura de autoridad que vinculara y coordinara a las comunidades indígenas con la guerrilla: la del “responsable”. “Normalmente el ‘responsable’ es el puente entre la comunidad y el EZ, y es el puente de la comunidad y sus autoridades. La gran mayoría de las veces, el ‘responsable’ [no es parte] de la autoridad [ejidal], sino solamente [se encarga de] cuestiones de organización del EZLN. Así, aunque el comisariado ejidal sea compa [es decir, zapatista], su enlace es el ‘responsable’”. Como al resto de las autoridades, la comunidad es la que elige al “responsable”, quien es seleccionado por haber mostrado “compromiso” y “disponer de tiempo” para “viajar a reuniones regionales [en comunidades] en donde tiene que estar dos o tres días. También tiene que salir a comisiones a algún Caracol”. Por esta razón, el “responsable” tiene que ser una persona joven, con pocos hijos y que cuente con la ayuda de su mujer “en las tareas de la casa y el campo”. El responsable ha de ser alguien de “probada confianza y militacia y con autoridad moral, que no haya incurrido en actos delictivos” (ibid.).

Entre sus tareas está la de “organizar las reuniones locales” políticas y “coordinar” el trabajo de recolección del bastimento que se envía a las “montañas” (entrevista con Marisol, ex insurgente, 23/VIII/2004). Él es, entonces, el líder zapatista de la comunidad y, por tanto, la única autoridad zapatista en su interior, por lo que, ante cualquier problema, se le consulta.[15]

Los “responsables” de cada comunidad zapatista se reúnen cada mes con sus pares en el “Comité Clandestino Regional” para discutir problemas relativos a la “organización” y las necesidades e intereses de las comunidades con respecto a ésta. Al igual que los delegados de las organizaciones campesinas, aquí también existe el “responsable regional”, quien es el encargado de plantear las “inquietudes” de las comunidades zapatistas a los mandos superiores. “El [responsable] ‘regional’ plantea las necesidades [de las comunidades] al Comité Clandestino para que se solucionen esos problemas. De hecho el responsable regional tiene como mando inmediato [superior] a un mando militar, que también es un mando [militar] regional. Entonces, el primero recoge las conclusiones del conjunto de comunidades y las platica con el mando militar, quien está normalmente en esas reuniones con los responsables comunitarios. Después el mando militar lo comenta con el responsable regional y llegan a un acuerdo. A veces el asunto se soluciona ahí nada más, se hace el consenso y se soluciona ahí, pero a veces eso debe de pasar al CCRI, que debe de resolver el problema o la situación” (entrevista con Pedro, 10/V/2004).[16]

Tanto el “mando militar regional” como el conjunto de los responsables comunitarios de la misma región, es decir, alrededor de ocho a diez personas, conforman el “Comité Clandestino Regional”. Entre las tareas de este “Comité” están las de orden político: organizar la resistencia, reclutar más milicianos y “salir a las comunidades [para decirles] cuál es el trabajo por el que se está luchando”. En este sentido, el “Comité Clandestino” coordina y define las actividades de cada “responsable” de comunidad (entrevista con Marisol, 23/VIII/2004).

b) Las “Bases de Apoyo”

Las “Bases de Apoyo” conforman la parte “civil” del movimiento armado, es decir, el conjunto de comunidades que colaboran de manera estrecha con el EZLN. Hasta ahora, cinco han sido las formas esenciales de cooperación con la guerrilla: 1) la protección del “secreto” de la existencia de la guerrilla en la selva, es decir, salvaguardando la clandestinidad de los insurgentes: “No teníamos que decir nada [es decir, había que ser sigilosos y cuidadoso], porque si un vecino te preguntaba quiénes eran esas personas [es decir, los guerrilleros], les contestaba que eran compradores de puercos. O si ya era la comunidad toda de compas y había gente de fuera entre nosotros y veía a uno [de las Fuerzas de Liberación], entonces le decíamos que era un maestro o una enfermera. En las noches, cuando los guerrilleros pasaban cerca de las comunidades y la gente preguntaba [quién había merodeado en la noche], decíamos que eran [trabajadores] de PEMEX que estaban explorando” (entrevista con Guadalupe Santos, ex dirigente de la ARIC y ex líder zapatista, 7/VII/2003). 2) Las bases de apoyo también cooperan ofreciendo reclutas que se incorporen a la milicia; además, 3) garantizan de manera regular bastimentos para sostener a los guerrilleros en los campamentos. “Lo que buscábamos [los zapatistas] era, al principio, el apoyo [de las comunidades] para dar comida, trasladar las cosas a la montaña y para la seguridad. Por ejemplo, ya cuando éramos más o menos muchos, juntábamos frijolitos, arroz, canela, tostadas, lima, pinoles, azúcar, jabón, carne, naranja, aguacate, para mandarle a los que son los compas –la ropa y las armas llegaban de México–.[17] Teníamos que hacer un programa con el ‘reponsable’, un calendario, para [organizar el avituallamiento] por familia y comunidad. Por ejemplo, a una familia le puede tocar [cooperar con] 20 o 50 tostadas, por lo que en una comunidad se pueden juntar hasta 1,000 tostadas. Hay que saber, pues, cuántos kilos de fríjol, arroz y otras cosas y en qué fecha se tienen que juntar [por comunidad]. En la siguiente ronda, le toca a otra [comunidad], y así va la lista hasta que da toda la vuelta y toca otra vez a tu comunidad” (ibid.).[18] 4) Otra de las actividades propias de las bases zapatistas es la participación en movilizaciones políticas de protesta; y, por último, 5) también realizan trabajos colectivos de infraestructura y servicios (inter)comunitarios, que configuran hoy día el núcleo de la resistencia zapatista. Con respecto a este último punto, se pueden mencionar, con fines ilustrativos, la construcción de “hospitales”, como el de San José del Río, de tribunas para la realización de eventos masivos, como las de la Convención Nacional Democrática de 1994 en Guadalupe Tepeyac, o la edificación del complejo cívico-político-cultural de La Realidad Trinidad. En lo que respecta a los servicios, se pueden contar, como más abajo detallaremos, las promociones de salud y educación, así como el de los diferentes “colectivos” de mujeres –además, de las diferentes celebraciones cívico-militares, así como fiestas locales e intercomunitarias–. Todo este conjunto de funciones realizadas por las “bases de apoyo” mantienen a las comunidades en una movilización continua, involucrándola, de una u otra forma, en las tareas propias de la ‘organización’ con lo cual se estrechan los lazos de solidaridad (inter)comunitarios y se incrementa la integración social. Esto deriva en el afianzamiento de la identidad y una forma de vida “zapatistas”.

c) Promociones de salud y educación

En la comunidad armada rebelde dos son los grupos especializados con mayor importancia para la vida colectiva, en general, y para el mantenimiento de la identidad zapatista y la continuación de la resistencia, en particular: el de los promotores de salud y el de los de educación. En cada comunidad su número varía entre cuatro y seis personas, tanto hombres y mujeres, para cada promoción. Como en la mayoría de los cargos y puestos de autoridad, la comunidad también “nombra” a los promotores para el ejercicio del cargo.

A falta de servicios médicos locales, el promotor de salud se encarga de la prevención de enfermedades y el cuidado de la salud individual y colectiva, lo cual implica, como en todo sistema de salud pública, la introducción de un régimen de vigilancia, control y educación en la vida cotidiana comunitaria. Por supuesto, el rango de enfermedades que pueden tratar los promotores de salud es muy estrecho debido a su pobre profesionalización médica y a la falta de recursos materiales para atacar las patologías. Casos graves de salud son atendidos en clínicas públicas en las cabeceras municipales. “[Nuestro trabajo consiste en] explicar a la comunidad medidas de higiene personal y colectiva”, comenta un promotor de salud. “[En la cuestión personal] se les enseña a cortarse las uñas, cortar regularmente el cabello, lavarse las manos para comer o después de ir al baño. [Con respecto a las medidas colectivas], se rellenan los charcos de agua, porque de ahí proviene todo lo que es el zancudero; [además], se hacen corrales para el cuche [cerdo] o la gallina para evitar que ensucien el pueblo; se organizan cuadrillas para chapear los solares y no entren las víboras; se junta la basura como botes [envases de lata] y nylons [plásticos], para que no se desperdicien y no se echen a perder rápido”. Los promotores de salud son los responsables de instruir a la comunidad al respecto y de supervisar y organizar estas tareas. Por eso, regularmente realizan tanto inspecciones en los “espacios públicos” comunitarios para observar su estado, como visitas en las casas “de los compañeros para revisar si ya hicieron su tarea en su terreno y donde habitan”. En este sentido, el cumplimiento de las medidas higiénicas preventivas no se deja al arbitrio de cada miembro de la comunidad; al contrario, es una obligación cumplirlas porque surge “del acuerdo” colectivo. Por eso, si alguien desatiende el cuidado de la higiene personal y colectiva, se le apercibe y se le hace ver “que es importante hacer por el bien de cada uno de nosotros y de los más pequeños, que no es una cosa mala sino que es un bien para todos” (entrevista con promotor de salud en LA VIDA, 27/I/2004).

La formación de los promotores de salud corre a cargo de médicos y estudiantes de medicina que simpatizan con el movimiento zapatista y se hospedan temporalmente en las comunidades, o bien de los mismos promotores más experimentados que instruyen a los novatos. “A nosotros”, refiere un promotor de salud, “nos preparó un médico de México. Yo tuve siete años de capacitación y por el estudio logré conocer lo que son los primeros auxilios: cómo acomodar las quebraduras y tablearlas; cómo hacer una placa y manejar un estetoscopio; cómo realizar una sutura y aplicar suero. El doctor nos enseñó que para la salud es importante que los pueblos se mantengan limpios; además, [nos dijo que] el promotor tiene que ser una persona modesta, porque si no el pueblo no le tiene confianza” (entrevista con promotor de salud en LA ALEGRÍA, 19/I/2004). Los promotores de mayor edad fueron adiestrados muchas veces en los cursos de catequesis o en los talleres de salud ofrecidos por las organizaciones campesinas; otros más recibieron su formación ya dentro de la misma organización zapatista, en particular ante la inminencia del levantamiento de 1994, con el fin de preparar un “cuerpo paramédico” que pudiera atender a los heridos en el combate a sabiendas que los insurgentes malheridos no serían tratados en los hospitales del “mal gobierno” de acuerdo a la Convención de Ginebra. En todo caso, los promotores de salud asisten, con una frecuencia trimestral, a “cursos” de capacitación impartidos de manera colectiva en alguna comunidad rebelde que los alberga hasta una semana –en ocasiones, se llegan a concentrar hasta 300 promotores de distintas comunidades de la región para atender el curso, lo cual implica una movilización enorme de recursos humanos y materiales en la comunidad anfitriona para hospedar y alimentar a los invitados–.

Como los promotores de salud, los de educación también son instruidos y formados por los que tienen mayor experiencia y mediante cursos colectivos impartidos cada trimestre en alguna comunidad o en el Caracol de La Realidad Trinidad, en donde la “capacitación es dada [muchas veces] por maestros [de primaria y secundaria] provenientes de México” (entrevista con promotor de educación en LA ALEGRÍA, 19/I/2004). Pero, a diferencia de su contraparte, los promotores de educación mayores aprendieron su “cargo” de los maestros rurales de la SEP mucho antes de que la comunidad se convirtiera al zapatismo” (ibid.).

El promotor de educación también es designado por las comunidades; por lo general, se escoge a una persona que domine un poco más que los rudimentos de la lectura y las matemáticas. Su trabajo consiste, por supuesto, en enseñar a los niños zapatistas a “leer y hacer pequeñas cuentas para que les sirvan en su vida y dentro de la comunidad” (entrevista con promotor de educación en LA VIDA, 27/I/2004). Las materias básicas o “áreas”, como se les dominan, son, además, del español y las matemáticas, historia patria,[19] “vida y medio ambiente” e “integración”. En ésta última área es en la que se forma, mediante la socialización educativa, la “identidad zapatista” de los niños. “En el área de integración [se enseña] lo que nos está haciendo el gobierno, lo que ahora está pasando [con respecto al conflicto] y cómo nos ha manipulado y explotado cada día el gobierno” (entrevista con promotor de educación en LA ALEGRÍA, 19/I/2004).

d) Colectivos y servicios zapatistas

Los “colectivos” son cooperativas cuyos productos y servicios se destinan para el beneficio y disfrute exclusivo de los campesinos rebeldes. Funcionando como “cajas de ahorro” cuyas ganancias sirven para financiar las tareas de los mismos o nuevos proyectos comunitarios, los colectivos se encargan de proveer y administrar los servicios comunitarios zapatistas.[20] Los colectivos están conformados internamente por diferentes grupos de trabajo que también son denominados “colectivos”: por ejemplo, “colectivo de hortaliza”, “colectivo de panadería”, etcétera. El colectivo “mayor” es dirigido por el “representante del colectivo”, mientras que sus grupos internos de trabajo por un “coordinador” o “coordinadora”.

Junto con los promotores de salud, educación y los catequistas zapatistas, los representantes y coordinadores de los colectivos se reúnen mensualmente con el “responsable regional” para reportar su trabajo y la situación de la comunidad en relación al área de su incumbencia. Ahora bien, las actividades y tareas de los colectivos zapatistas no son determinadas por los miembros de los mismos sino por el “responsable” de la comunidad, que coordina los trabajos colectivos de acuerdo a las órdenes e intereses de los “mandos” regionales. El “representante” del colectivo sólo se ocupa, entonces, de “coordinar” actividades y trabajos asignados (por ejemplo la realización de una fiesta o la atención de los campamentistas y la oferta de “comedores”). Asimismo, el “responsable” de la comunidad supervisa la labor de los colectivos y provee, también, los insumos para las faenas (harina para el pan, semillas para la hortaliza o materiales para las artesanías), los cuales son dotados por la “organización”. Esta dependencia de los colectivos de los “responsables” tanto en relación a la definición de sus tareas como de los recursos que requieren para realizarlas, implica que sólo pueden operar cuando se les ordena y se ponen a su disposición los insumos necesarios para llevar a cabo las actividades. Así, pues, la insuficiencia crónica de recursos del zapatismo limita la capacidad productiva de los colectivos y la continuidad de su trabajo –con consecuencias que llegan a derivar en conflictos entre los colectivos por la apropiación de los escasos recursos y en una limitación de su capacidad de autogestión–.

Los colectivos suponen sistemas de trabajo y cooperación que, en su conjunto, involucran a hombres y mujeres, pero cuyas tareas específicas son asumidas de acuerdo a criterios tradicionales de género. Por ejemplo, el colectivo “Rebeldía Alegre” de LA LUZ posee una tienda de abarrotes financiada con las ganancias de la panadería y el “comedor” para campamentistas, ambos atendidos por las mujeres; sin embargo la administración y atención de la tienda está a cargo de los hombres porque, como dice su coordinadora, Josefina, “las mujeres no sabemos hacer cuentas ni leer ni escribir” (conversación, 3/VII/2003). Esta imagen que tienen las mujeres sobre sus propias habilidades intelectuales es reforzada por la opinión de los hombres, quienes tienen en poca estima la aportación del trabajo de las mujeres, que, desde su perspectiva, sólo es “complementario y auxiliar”.

Para las mujeres, participar en la coordinación de un colectivo conlleva un proceso intenso de aprendizaje intelectual y de desarrollo moral, que redunda en aumento de autoestima y en reconocimiento social –sobre todo por parte de sus compañeras–. “Cuando entré como responsable del colectivo hace como cuatro años”, comenta Josefina, una joven zapatista que trabaja principalmente con mujeres y, además, es partera, “no sabía ni hablar ni coordinar nada. En cambio, ahora ya aprendí a hablar frente a todas las mujeres y ya puedo coordinar nuestras actividades” (ibid.). Sin embargo, asumir dicha responsabilidad implica, sobre todo entre las mujeres, ser responsabilizada de manera individual de los resultados de los trabajos y actividades, sobre todo de los negativos. Ello refleja los grados de dependencia y tutelaje existentes todavía entre las mujeres y las dificultades para la formación de liderazgos femeninos en las comunidades rebeldes. Si bien es cierto que, por un lado, el zapatismo ha enfatizado la importancia de promover la participación de las mujeres en las comunidades y en el movimiento, no es menos verdadero, por otro lado, que los ámbitos de acción de las mujeres siguen siendo tradicionales y, en todo caso, subordinados a los espacios de deliberación y decisión masculinos, como el de la asamblea ejidal, en donde se concentra el poder, la influencia y la autoridad comunitarios.

En resumen, los servicios y bienes de los colectivos ayudan a mantener la resistencia, la identificación con el zapatismo y la generación de la autonomía autogestiva. Antes del zapatismo no había organización de ningún tipo, cada quien “estaba con su propio pensar y su propio vivir”, dice una mujer anciana de las bases de apoyo.

Conclusión

Dentro de las comunidades armadas rebeldes se ha producido una identidad zapatista que, por un lado, es resultado de la integración y solidaridad sociales intra e intercomunitariamente y, por el otro, contribuye a resignificar el sentido y el valor de la existencia individual y colectiva. Con respecto a esto último, Josefina de LA LUZ afirma: “es importante estar en la lucha”, porque “es un buen vivir”, no como el de los priistas “que no son y no valen [los zapatistas son alguien y valen como personas porque no llevan una vida corrupta]. Ser zapatista es como vivir la palabra de Dios” (conversación, 20/IV/2003). En este sentido, un militante zapatista de la misma comunidad reflexiona sobre el significado que ha tenido el levantamiento armado de 1994 para los tojolabales: “Es importante la historia. Antes, los antiguos [esto es, los mayas clásicos], sí tenían historia. Ahora, en el presente, parece que no teníamos historia. [Antes del levantamiento], nadie se interesaba [por nosotros], ni venía [a visitarnos como ahora], nadie nos conocía, como si no tuviéramos historia; [pero ahora], ya somos parte de la historia y ya todos vienen y quieren conocernos” (conversación, 7/IV/2003). Detrás de estas palabras se encuentra además la experiencia del “reconocimiento” social y político del que carecían, hasta hace poco, estos campesinos. Justo en esta experiencia de afirmarse como “alguien” con una historia personal y colectiva que merece (re)conocerse se halla la raíz de la “dignidad” de la que hablan los zapatistas –el derecho a la igualdad y a poder participar de manera efectiva y significativa en la vida social y política–.

El pasado anterior a la llegada del EZLN a las Cañadas Tojolabales resultaría irrecuperable, por lo que sólo su negación definitiva permitiría un “nuevo comienzo” que evitaría la repetición de sus horrores. Así, la firme voluntad de ruptura con el pasado ofrece certezas a las comunidades armadas rebeldes. “Nos sentimos orgullosos por haber empezado a luchar [aun] sin saber lo que podía venir. Ya no queríamos vivir como antes, sólo obedeciendo” (entrevista colectiva en LA VIDA, 27/I/2004).

Es en este sentido que el zapatismo ha generado un cambio de vida profundo en la autopercepción de las comunidades armadas rebeldes. Su militancia clandestina en “la organización”[21] desde mediados de los años ochenta del siglo pasado supuso, para ellas, el inicio de una nueva vida, un auténtico renacimiento en la “verdad” revolucionaria. Efectivamente, en la “narrativa” zapatista, las certezas son el resultado de la súbita iluminación que ocasionó su contacto con la guerrilla. “[Los agentes de pastoral] vinieron a predicar la Palabra de Dios, a aconsejar cómo vamos a vivir y cómo tratarnos y amarnos entre nosotros, cómo vamos a hacer”, recuerda una autoridad zapatista. “Pero nada más predicaban sin declarar bien cómo estábamos explotados por los ricos, aunque sí lo sabían. Predicaban que hay pecado y que no lo debemos hacer, y también que debemos estar unidos. Nada más hablaron; [sin embargo], sólo la ‘organización’ lo llevó a cabo. Ellos nos dijeron cómo están las cosas, cómo estamos explotados, cómo nos tienen marginados todos los pinches cabrones ricos, y que si no nos organizábamos íbamos a sufrir toda la vida… El único camino es el de la ‘organización’, porque ahí te dicen la verdad, te hablan la verdad. En aquel tiempo hubo patriarcas, quienes fueron combatidores como Moisés, como Abraham, como Josué y mucho más; y eso eran luchadores que liberaron a los pueblos. Moisés liberó el pueblo de Israel: porque [los hebreos] fueron explotados 400 años. Y ahora existen [todavía] esos patriarcas ¿Quién es patriarca ahorita? Es el sub [comandante Marcos] –y hay más, los que son dirigentes de la organización–. Ahorita son los que están instaurando la verdad, cómo vamos a vivir, cómo vamos a unir, cómo nos vamos a querer. Ahí sí nos están abriendo los ojos claramente” (entrevista colectiva en LA LUZ, 1/II/2004).

Ahora bien, esta identidad y creencias zapatistas no se generan, por supuesto, de la nada, sino son el resultado de procesos de integración social logrados, a través, de la participación en la vida colectiva zapatista, es decir, en los diferentes “grupos” y “colectivos” que conforman a las comunidades zapatistas. En efecto, la escuela, los torneos deportivos, las fiestas civiles, políticas y religiosas, así como el trabajo en los colectivos zapatistas contribuyen a la conformación de un sentimiento de pertenencia como base de la identidad zapatista. Y como toda identidad social no es más que una distinción, es decir, una exclusión, la identidad zapatista se refuerza mediante la estigmatización del grupo comunitario opuesto: el de los no zapatistas denominados genéricamente como “los priistas”. La identidad zapatista se configura, pues, en el conflicto que supone la distinción política “amigo-enemigo”. En otras palabras, la integración social no se logra sólo a través de procesos de socialización y participación en las actividades comunitarias, sino, además, por medio de la coerción y las sanciones sociales. Entre los zapatistas, el adjetivo “priista” no mienta una adscripción política como militante en el PRI,[22] más bien es un término que hace referencia a las personas que no son partes de “la organización” y que, por tanto, se caracterizarían por ser haraganes, borrachos, desorganizados, no cooperativos, ladrones y pendencieros. De acuerdo a los zapatistas, estarían, además, mantenidos por el gobierno, a pesar de lo cual siguen siendo pobres como todos, lo que demostraría que serían unos “tontos por vivir engañados”. Asimismo, los “priistas” no serían de fiar porque no cumplirían con su palabra, hablan mal de la gente y ocasionan todo tipo de maldades y problemas. En contraposición, los zapatistas se caracterizarían por poseer todo tipo de virtudes intelectuales, morales y políticas: inteligencia, astucia, bondad, solidaridad, entrega, humildad, alegría, valentía, así como talento organizativo y pobreza (en tendida en términos cristianos).

La lógica de la exclusión material y simbólica de los “priistas” contribuye a fortalece la identidad e integración zapatistas. En efecto, la resistencia implica una identificación total con el zapatismo, que se radicaliza ante la ausencia de la tolerancia y el pluralismo políticos. “Si diste tu palabra de que vas a resistir”, comenta un miembro de las bases de apoyo en LA LUZ, “vas a resistir y tienes que cumplir” (conversación, 7/IV/2003). La palabra ofrecida es fundamental, porque compromete y vincula con la comunidad. Faltar a la palabra significa, entonces, separarse de la comunidad –la separación conlleva una degradación moral y política de la persona, porque se convierte en un traicionero “priista”que no respeta la dignidad de su persona y que, por tanto, no merece ser tratado con respeto–.

El recuerdo de un pasado pleno de “frustraciones” y “engaños”, así como el reconocimiento de la “verdad” y del “camino único” para vivir en ella fundamenta el sentido de la “resistencia” zapatista contra el “mal gobierno”. “La resistencia significa no recibir nada del gobierno, porque sabemos bien cómo estábamos antes por su culpa. Ahora sí ofrece muchas cosas, pero ya no las queremos. Ya basta de engaño, ya basta de su justicia… Estamos cansados de ellos, por eso ya no queremos recibir migajas. Si viene su pinche dinero, nos lo pasamos por nuestro culo Ya no es tiempo de recibir; si quiere dar, entonces que meta hospitales, para la salud. Su dinero sólo es para el trago y la borrachera” (entrevista colectiva en LA LUZ, 1/II/2004).

Concebida en términos de una mezcla de revolución e inmolación cristiana, la idea de la resistencia significa para los campesinos, además, que sólo con el cambio radical de las condiciones de vida en la nación se podrá acceder a una existencia “libre y digna”; por lo tanto, se tiene conciencia de que los frutos de la lucha zapatista no son sólo para los rebeldes y que ni siquiera la generación de éstos participará de sus beneficios. “Estamos luchando para todos y para que haya una liberación nacional. Sí, esa es nuestra palabra que tenemos. No estamos luchando por [un] interés [particular], por [obtener una] propiedad, sino que estamos luchando todos [tal y como] predicábamos antes, es decir, que nos vamos a querer y a amar unos a otros. Queremos ver por todos los que están jodidos. Entonces, es como poner de veras en práctica la Palabra de Dios, que lo que se diga [es decir, predique], se haga, y si es necesario dar tu vida, que sea así, pues” (ibid.).

A la resistencia zapatista le subyace el reconocimiento de los indígenas de su capacidad de auto-organizarse y lograr dar respuestas a sus necesidades materiales, por sus propios medios y con el apoyo de sus simpatizantes foráneos, sin comprometer su integridad moral e ideológica o, en sus palabras, su “dignidad” a cambio de obtener bienes públicos que necesitan y demandan. “Las cosas más problemáticas para nosotros son la salud y la educación, pues todos tenemos derecho a aprender algo en la vida. [Entonces], sí quisiéramos tener electricidad, agua [potable], carretera, mejor precio para el café y el ganado para que viva mejor la comunidad, pero ahora vamos a aguantar, a resistir” (entrevista colectiva en LA VIDA, 27/I/2004). En este sentido, la resistencia zapatista ha conseguido que los campesinos rebeldes experimenten la satisfacción de tener, por ejemplo, un estadio de football o un teatro, aunque carezcan de un uso funcional o mucha utilidad cotidiana, pero que aguzan su sentimiento de gozar y ejercer derechos elementales “sin tener que pedir permiso a nadie”.

Esta identidad zapatista construida en la “resistencia” explica, en parte, por qué las bases de apoyo cooperan y son leales todavía con el EZLN, ya que, con o sin razón, creen que el EZLN ha re-organizado a la comunidad y logrado cambiar el sentido de su existencia individual y de su vida comunitaria, ofreciendo, además, servicios y oportunidades autogestionadas de las que anteriormente carecían y de las que no sospechaban que podrían alcanzar mediante el concierto de sus voluntades y trabajo. Todo ello lo aprecian y ven con orgullo ahora, como la realización de metas colectivas que mejoran su nivel y calidad de vida.

Mapas

Mapa 1: Subregiones de la Selva Lacandona contemporánea (Fuente, Conrado Márquez, citado por Leyva Solano y Ascencio Franco, 2002: 44).

Mapa 2: Comunidades de la región tojolabal (fuente Shannan L. Mattiace, 2002:123).

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[1] Publicado bajo el título de The ‘armed community in rebellion’: Neo-zapatismo in the Tojolab’al Cañadas, Chiapas (1988-96), en The Journal of Peasant Studies, vol. 32, nos. 3 & 4, july/october 2005, pp. 528-554 y se reproduce  aquí con la autorización del autor. Este trabajo fue presentado en la sesión del 27 de  octubre de 2008  del Seminario de Movimientos Sociales y Coyuntura Política en México, Universidad Autónoma de la Ciudad de México, México, DF.

[2] El autor es investigador del Centro de Estudios Sociológicos de El Colegio de México, A.C. Correo electrónico: msaavedra@colmex.mx

[3] El material empírico de este artículo ha sido recogido a lo largo de casi dos años de trabajo de campo en las Cañadas Tojolabales del municipio de Las Margaritas.

[4] Sobre la experiencia tojolabal de colonización de la Selva Lacandona entre 1940 y 1965, la importancia de la pastoral y catequesis de la diócesis de San Cristóbal y la constitución de organizaciones campesinas regionales, como antecedente del presente estudio, consúltense mis trabajos (2003, 2004a y 2004b). Estos textos parten de la tesis central de que la salida (o expulsión, en su caso) de los tojolabales de la finca en busca de tierras propias en la Selva Lacandona estuvo “animada” por un proyecto colectivo en busca de una vida y una comunidad nuevas más allá del “Baldío”, es decir, el sistema de haciendas con peones acasillados que se estableció en Chiapas desde mediados del siglo XVIII hasta la mitad del siglo XX (vid. Ruz, 1992 y Gómez y Ruz, 1992). En este sentido, la colonización inició un proceso de lucha por la autonomía que, a lo largo de los últimos sesenta años, se ha concretizado en diversos modos de estructura y organización de las comunidades selváticas tojolabales: 1) la comunidad ejidal, 2) la civitas christi, 3) la comunidad republicana de masas y 4) la comunidad armada rebelde. Cada uno de estos modelos de sociabilidad corresponde a experiencias colectivas de conflicto y resistencia de los tojolabales, que han supuesto constantes procesos de reconfiguración de la identidad colectiva y del sentido de la autonomía anhelada.

[5] Sobre el tema, véase Guillén (1998, en especial los capítulos 2-4), Harvey (2000, en especial los capítulos 6 y 7), García de León (2002, en particular los capítulos 2, 3 y 5), Villafuerte Solís y García Aguilar (1998) y Legorreta Díaz (1998, en particular 235ss).

[6] Por razones de confidencialidad, los nombres de ejidos y personas han sido cambiados.

[7] Sobre el programa revolucionario zapatista, véanse los Estatus de las Fuerzas de Liberación Nacional (1980), en Womack (1999:192ss.).

[8] De este origen heterogéneo resultarían, posteriormente, una serie de tensiones y conflictos internos en el movimiento zapatista que derivarían en su lento, pero creciente desmembramiento a partir de los primeros años de la década de los noventa.

[9] Aunque el EZLN es el proyecto militar de las Fuerzas de Liberación Nacional, prefiero hablar aquí de los primeros y no de las Fuerzas, porque cuando éstas regresan a Chiapas en 1983, lo hacen ya con la denominación del EZLN (vid. Tello Díaz, 2000:108ss.).

[10] Es decir, el de la ARIC, la Palabra de Dios, el EZLN y el Slop (Raíz). Sobre éste último, véase De la Grange y Rico (1997:269ss.), Legorreta (1998: 183ss.) y Tello (2000:118ss.).

[11] Para la historia de la ARIC y su relación con el EZLN, consúltese Legorreta (1998) y Acosta Chávez (2003).

[12] Un año más tarde, la CIOAC regresa a la lucha civil. En este sentido, el EZLN fue incapaz de mantener lealtad y cooperación de líderes y bases campesinas dentro de su proyecto, porque la CIOAC poseía todavía suficiente autonomía como para negociar su participación en la relación en términos más igualitarios.

[13] Por cierto, estos grupos no fueron creación del zapatismo. Las innovaciones grupales zapatistas son strictu sensu dos: el ejército y los campamentistas. Por falta de espacio, no trataré la importancia que tienen los campamentistas y grupos prozapatistas foráneos en las dinámicas internas del zapatismo y en su apoyo a la resistencia rebelde.

[14] “Si la comunidad está dividida y el comisariado no es compa [esto es, zapatista], entonces él nada más vigila o atiende las necesidades de sus compañeros, como es el caso de muchas comunidades. [En la situación de división dentro del comisariado ejidal y, por tanto, de la comunidad, a veces se busca negociar entre zapatistas y no zapatistas]. Incluso hay muchos compañeros que forman parte del ejido constitucional y están dentro de la ‘organización’, [cuya tarea consistiría en] que tienen que buscar ese equilibrio [entre los intereses del EZLN y los del ejido]. Muchas veces van a las reuniones y comentan [después] con los ‘responsables’ todo lo que pasa [en las asambleas ejidales], cuáles son las propuestas, qué van a hacer, qué apoyos les va a dar el gobierno, etcétera. Entonces, de esta manera muchas veces reciben el apoyo [del gobierno] y ese apoyo lo reparten de manera colectiva con los otros compañero zapatistas, que incluso a veces no necesariamente tienen que ser ejidatarios” (entrevista con Pedro, 10/V/2004).

[15] Otro cargo de autoridad y vínculo entre las comunidades y el EZLN es el “responsable de los milicianos” que, normalmente, tiene el grado de “sargento” y, como su nombre lo indica, “se encarga de dar seguimiento a la preparación de los milicianos, de darles entrenamiento y de coordinar a quienes van a ir a los campamentos a recibir entrenamientos específicos; pero él está totalmente coordinado por el ‘responsable’ de la comunidad” (entrevista con Pedro, 10/V/2004).

[16] Como se aprecia, el modelo organizativo zapatista adquirió una estructura y un funcionamiento similar al de las organizaciones campesinas de las comunidades republicanas de masas, aunque esta adquisición sólo es formal.

[17] “En lo que respecta a los equipos militares, básicamente salen de las cooperaciones que daban los maestros, de los mismos obreros de la Ciudad de México; inclusive yo llegué a ver que había sindicatos obreros que formaban células del EZLN” (entrevista con Rafael, 7/VIII/2003).

[18] Con respecto a los puntos 2) y 3), es importante mencionar que, con la desmovilización de gran parte de los milicianos e insurgentes alrededor de 1997, ambas funciones de las “bases de apoyo zapatistas” han pasado a un segundo plano.

[19] “Desde la Conquista, también la Independencia de 1810 y la Revolución de 1910” (entrevista con promotor de educación en LA VIDA, 27/I/2004). A los niños se les enseña, también, la historia de su comunidad, por qué y cómo salieron de sus “pueblos” para colonizar la selva, y cómo empezaron a organizarse hasta hacerse zapatistas.

[20] En general, las comunidades cuentan con escuela, iglesia, casa ejidal, tiendas (particulares, cooperativas, regionales y/o municipales), áreas de recreo y juego (canchas de basketball y football). Otras tienen un “hospital” propio, como en San José del Río, o albergues exclusivos para campamentistas, como en La Realidad Trinidad. En algunas comunidades existen tomas de agua entubada que llevan el líquido directamente a las viviendas. No todas las comunidades cuentan con corriente eléctrica; algunas reciben sin pagar el servicio de la compañía de electricidad, por ejemplo las que se hallan al lado de las torres de electricidad, y otras generan con sus propios medios luz eléctrica (por ejemplo con turbinas o celdas solares). En comunidades como La Realidad Trinidad, cabecera del Municipio Autónomo, se dispone de camiones de redilas “de la organización” que sirven para el de transporte de cosechas, mercancía y personas. (En el caso del transporte de personas, cualquiera puede hacer uso del servicio zapatista para trasladarse de Las Margaritas a San Quintín y viceversa.)

[21] Entre los campesinos rebeldes, el EZLN es denominado simplemente “la organización”.

[22] En realidad, los supuestos priistas no pertenecen ni lo han hecho, por lo general, al PRI. Como priistas, valen también los miembros del PRD, el PAN o el PT, es decir, todos aquéllos que entablan alguna relación con el gobierno.

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